Home EditorialFalso “Gastroinfluencer”, cuando la ignorancia se sienta a la mesa

Falso “Gastroinfluencer”, cuando la ignorancia se sienta a la mesa

por Gastronomia7Islas

Vivimos tiempos muy confusos en los que cualquiera con un móvil y una cuenta en redes sociales se autoproclama crítico gastronómico. Basta con saber encuadrar un plato  y añadir cuatro frases hechas —con sal, pimienta, mayonesa o kétchup— para que se le otorgue el título no oficial de “Gastroinfluencer”. 

A partir de aquí, nos preguntamos ¿cuál es su formación culinaria? ¿Cuál es su respeto por el oficio de cocina? ¿Son conscientes de las consecuencias por sus recomendaciones o inepcia?

Estos nuevos oráculos del gusto han convertido la experiencia gastronómica en un reality low cost, convirtiendo cada plato en un unboxing, cada guachinche en una pasarela y cada bocado en una performance diseñado para el algoritmo. No importa si el producto es fresco, si hay técnica, si se respeta la tradición.

Ante sus ojos desfilan platos que son descritos a golpe de storiesy reels con la misma profundidad y criterio con la que se comenta un reality: “está brutal”, “tremendo flow”, “le falta chicha”, “le metí queso”, “échale mojo”

Se juzga sin filtro, sin contexto, sin conocimiento. ¿No son conscientes que una crítica puede destruir meses de trabajo de un pequeño restaurante? Parece que desde esa frialdad manifiesta, da igual, hay que generar contenidos para que los likes aceleren y llamar “la atención” del algoritmo.

El daño que hacen no es anecdótico. Muchos restaurantes han visto cómo una opinión sin fundamento, lanzada al tuntún por alguien que no distingue entre una reducción y una salsa ligada, ha tenido más repercusión que años de trabajo, formación y servicio impecable. Y mientras tanto, la prensa gastronómica de verdad —la que escribe con criterio y diferencia entre una reseña y un publirreportaje—, lucha estoicamente por no ser arrastrada en este gran circo mediático impulsado por la marea de la banalización.

Se ha perdido el respeto por la sala, por el producto, por el trabajo invisible de decenas de profesionales que hacen posible que un plato llegue hasta la mesa. Se ha sustituido el conocimiento por el histrionismo, la crítica fundamentada por el postureo y el paladar.

No todo vale. No es lo mismo una tortilla que una torta, ni es igual un rancho canario hecho con mimo que un polvito uruguayo congelado, servido en vaso de plástico. La gastronomía no es una feria de vanidades, es cultura, oficio, historia y memoria. Requiere conocimiento, respeto y una ética que no se compra con likes.

No pretendemos crear polémicas, ni guerras en la comunicación gastronómica, pero sí que todos seamos más consecuentes y conscientes con nuestras opiniones y valoraciones para poder dignificar el trabajo y que terminen por salir fuera del foco todos aquellos adoradores oportunistas al calor de un plato de lentejas.

Desde aquí, hacemos un llamamiento a los comensales para queaprendan a elegir con criterio. No se dejen seducir por los cantos de sirena de estos falsos “Gastroinfluencer”. Vayan a los restaurantes, prueben, pregunten, valoren el trabajo de quienes están detrás. Lean a los que escriben con rigor. Y recuerden: comer bien no es solo alimentarse, es saber lo que uno se lleva a la boca, cómo se ha hecho y quién lo ha hecho posible.

Porque la cocina es un arte. Y no todo el mundo está preparado para opinar de arte.

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